
En el siglo XVI, fácilmente te podías morir de cualquier cosa, una enfermedad tropical, devorado por un cocodrilo, en un ataque indígena, de una cuchillada en riña de españoles mal avenidos en cualquier población del nuevo mundo, en tenebrosa tormenta tropical, naufragio o ataque de piratas. Si eso ocurría la muerte se miraba como algo natural. Para los piadosos católicos en trance de muerte; al menos deseaban un cura a quien confesarle los pecados más oscuros del alma, si habían hecho testamento dejaban suficiente dinero, y pagar misas para la salvación de la misma.
Cuando el deceso ocurría en tierras del nuevo mundo o en altamar, si los herederos residían en España se disponía que el producto de sus bienes se enviase en cualquier nao que hiciera la travesía atlántica, ya fuesen bienes muebles e inmuebles, en ambos casos se disponía su venta en publica almoneda para que el producto de la subasta se enviara a los deudos. Si el muerto había dejado testamento facilitaba las cosas, sino había que hacer averiguación de la procedencia y familia del fallecido para entregar los bienes que hubiere.
En el Archivo General de Indias (AGI) de Sevilla, bajo la signatura dedicada a los bienes de difuntos se encuentra todo lo actuado cuando alguien moría sin conocerse herederos o procedencia del infortunado, el estudio de esta documentación arroja mucha información sobre aspectos tanto: económicos, creencias religiosas, relaciones de familia y cualquier otra actividad humana; temáticas que pueden servir para reconstruir el pasado en esos primeros años del dominio español.
En estas breves líneas comentaremos algunos casos de tan ingente documentación presentando un leve bosquejo de lo que podría ser un rico filón para futuras investigaciones…
Diego Martín de Aldana y sus bienes: ropa raída y trompas de París
En la década de 1590 no sería raro escuchar en la campiña hondureña, el duro y vibrante sonido de una trompa de París o trompa gallega, un pequeño instrumento de metal con forma de la letra griega “phi” con una lengüeta en medio, la que al llevarse a la boca y con el dedo índice le arrancabas sus sonidos. Era pequeño; fácilmente podía ser llevado en el bolsillo. Un manojo de estas trompas de París fue lo más notable en las pertenencias que llevaba Diego Martín (o Martínez) de Aldana[1] cuando falleció repentinamente en la estancia de Diego de Izcoa en Yamarateca (Amarateca) a mediados del año 1591.
Diego Martin de Aldana, de origen vasco, era de esos mercaderes que iban por los caminos hondureños vendiendo su escaso comercio, que le daba para medio hacerse la vida. Un inventario de sus bienes demuestra que sus ganancias no debieron ser muchas, llevaba entre otras cosillas cinco docenas y media de las susodichas trompas de París y además:
-Unos calzones negros viejos
-Un coleto de cordobán raído
-Dos jubones el uno de lienzo blanco y el otro de brin (tela ordinaria de lino) bastante raído
-Un sombrero viejo de camino
-Seis camisas, tres de ruan ( Ruan, Francia) y otras tres de crea (tela usada para sabanas y camisas)
-Dos sombreros nuevos forrados en tafetán
-Tres cuellos viejos de Holanda
También se inventariaron seis cuchillos bohemios, unos paños de manta viejos, 29 “manos” de papel, agujas, una daga y una espada que debieron ser para su defensa personal, etc. Cuesta creer que por las cosas raídas y viejas en una subasta alguien pudiera pujar y ofrecer un maravedí, pero lo había. Por las tres camisas y tres cuellos viejos, Francisco de Medina Valderas pagó cinco tostones y medio[2]. De alguien que pudiera heredar tan escasas ganancias no hubo noticia.
La muerte de Pedro de Zumaya en la costa norte (1594)
En los primeros días de agosto de 1594, Pedro de Zumaya, un comerciante residente en Olancho, llegó al pueblo de Lemoa bastante enfermo, con calenturas y arrojando sangre por la boca[3]. El sitio o pueblo de indios de Lemoa, fue mencionado en el repartimiento que Pedro de Alvarado realizó en 1536 al fundar la villa de San Pedro de Puerto Caballos, hoy San Pedro Sula. En ese repartimiento, dicho pueblo le fue otorgado a Gerónimo de San Martin[4], Lemoa se le conocía también como Marcayo y estaba ubicado, en las riberas del río Ulua[5].
Pedro de Zumaya, sintiéndose mejor o quizá apremiado por la urgencia de sus negocios, contra la opinión de los demás decidió partir hacia Olancho. Le acompañaron: Francisco Yasco, alcalde del dicho pueblo y quien le escoltaría hasta Yoro; Lucas, indio tributario del pueblo de Tibombo, quien también le acompañaría hasta Yoro; Baltasar, indio Tamagaz (así se asienta en el documento) natural del pueblo de Canola jurisdicción de Olancho, a quien, por acompañarlo en todo el periplo, se le asignaría una paga al mes de cuatro tostones; y Francisco natural del pueblo Despoloncal (pueblo en las riberas del Ulua).
El comerciante no resistió el viaje y en la cuesta de Chapaha o Chapaga (quizá la actual cuesta de Chancaya en Yoro) falleció. Los acompañantes decidieron regresar a Lemoa donde le enterraron en la iglesia del lugar[6].
En las averiguaciones que se hicieron sobre la muerte del comerciante es claro que los testigos indígenas eran todos ladinos (que entendían la lengua castellana), por lo que no se necesitó intérprete, esto podría ser la confirmación que desde fecha temprana ya los indígenas utilizaban la lengua española en su trato cotidiano con los españoles. La sola mención de los pueblos de Lemoa, Tibombo, Yoro, puede sugerir que, pese a la dureza de la conquista militar, los pueblos indígenas estaban rehaciendo su vida, sobre todo en la costa norte hondureña de cuyas poblaciones se sabe poco.
Entre los bienes del difunto se contaban cuatro mulas y un caballo, una caja y una maleta, ambas con ropa y siete tercios de cacao; en los papeles que portaba se anotaba a personas que le debían diversas cantidades[7], todo se entregó a las autoridades de San Pedro y posteriormente se subastó públicamente. En el documento no se consigna su lugar de procedencia ni de posibles herederos.
A mi juicio, parece ser que la transición de la sociedad indígena a la sociedad colonial en el siglo XVI fue de manera rápida y consistente. Es claro que no hay que idealizar esa “transición pacífica”, pues en el siglo siguiente en la provincia se suscitaron conatos de revueltas, motines y otras formas de resistencia por parte de las poblaciones indígenas y negras, aunque no con el nivel de conflictividad que se dio en Perú. El que estos dos comerciantes pudieron movilizarse por la geografía de Honduras con su escaso comercio sin sufrir un ataque en descampado, es señal de que el dominio español había llegado a buena parte del territorio.
Cuando los bienes del difunto no ajustaban (1579)
En la década de 1570, moriría Francisco Mejía, vecino de la ciudad de Gracias a Dios (actual Gracias, Lempira), este difunto hizo testamento donde dejaba en herencia unas posesiones que no lo hacían un potentado, pero tampoco un pobretón. Un testamento en ese siglo muestra las creencias religiosas que permitían al moribundo, es de suponer, el sosiego en el momento del tránsito del mundo de los vivos a la desconocida región de la muerte. Una formula, repetida casi íntegramente en cientos de testamentos donde lo único que variaba en ocasiones era la grafía del escribano, que igual se redactaba desde una villa remota en el amplio imperio español o cualquier metrópoli en España, y se remachaba en el testamento de Francisco Mejía:
deseando poner mi anima en carrera de salvacion creyendo como firmemente creo en todo aquello que cree y tiene nuestra santa madre yglesia de Roma tomando como tomo por mi yntercesora a la virgen santa maria madre de mi señor Jesuxpo a la que suplico sea yntercesora con su bendito hijo mi señor jesuxpo quien a perdonado mi anima pecadora[8].
Mas piadoso no podría ser un español por esos días, aunque sus hechos en la vida desdijeran cualquier intento de lograr la redención. En su última voluntad y testamento, el difunto Mejía pedía ser enterrado en la iglesia de la ciudad de Gracias. Para asegurar la indulgencia del alma pecadora, en los testamentos se dejaban en ocasiones varias “mandas, y gastos para obras pías”, pidió este vecino que se hicieran diferentes misas por la salvación de su alma las cuales se pagarían de sus bienes. Una especial manda que instituyo fue que se enviaran al convento de San Francisco en la ciudad de Sevilla la cantidad de cien pesos de oro de minas.
El mencionado difunto en su testamento aclaro que tenía a su cargo el pueblo de indios de Congolón, a la iglesia de este pueblo mandó “se le diera un cáliz, una patena, y dos vinajeras[9]” todos de plata, esto aseguró, que lo hacía para descargo de su conciencia. Tal donación es poca cosa si se toma en cuenta las grandes cantidades de riqueza que producían las minas o la explotación vía tributo o trabajo obligatorio de los indígenas, también los pueblos de indios de Guarita, Malera y Congira o Conquira recibieron unos modestos regalos en ornamentos para sus iglesias[10].
En el repartimiento que hizo Pedro de Alvarado en 1536 tras la fundación de la ciudad de Gracias a Dios, entre los beneficiados aparece un Francisco Mejía, en el documento se afirmó lo siguiente:
a francisco mexia vecino de la dicha cibdad dio e señalo su señoria de repartimiento los pueblos de malera y conguera con todos los señores estancias e barrios de los dichos pueblos de que llevo cedula[11].
Es muy posible que el Francisco Mejía del testamento y el del repartimiento de tierras sean la misma persona o algún familiar, además, el hecho que el testador destinara una partida de dinero a un convento de Sevilla, entre otras cosas demuestra que tenía una conexión con esa ciudad, pues sería muy difícil que alguien enviara dinero a una ciudad que ni siquiera pudiera ubicar en un mapa.
El testamento es confuso pues no concuerdan las fechas entre la lectura del mismo y la entrega de ciertos bienes y el pago de unas deudas, es claro que después de la muerte de Francisco Mejía, sus principales herederos lo fueron sus hijos Francisco y Juan, también se menciona una hija del fallecido nombrada Catalina; los tres frutos de un primer matrimonio con una mujer llamada Mari Gutiérrez y al quedar viudo se casó con Francisca de Monterroyo.
Al momento de este segundo matrimonio, Francisco Mejía, recibió de dote 508 pesos, y un Cristóbal Martin le dio 25 yeguas a su nueva consorte, en el testamento se apuntó que las dichas yeguas debían entregarse a su viuda al igual que los 508 pesos de su dote que se le darían de los bienes que dejaba tras su muerte[12]. De manera sorprendente parece ser que el obispo de Honduras, Jerónimo de Corella, por alguna razón le había dado a la recién casada Francisca de Monterroyo, 200 pesos de oro en mulas y se establecía que esas mulas se le dieran a su viuda[13].
En el testamento de Francisco Mejía también se declaran las deudas que tenía y esperaba que sus albaceas velaran por que se pagaran, entre esas deudas aparece unas que se debían a miembros del clero, dicho documento señala lo siguiente:
Yten declaro que debo al padre hernando Diez lo que dixere de la bisita de los yndios mando que se le pague lo que el Dixere de mis bienes y mas treinta e quatro tostones que yo le debo de los años pasados mando que todo se le pague porque es de su trabajo[14]…
Esa deuda con el cura Hernando Díez, sin duda alguna, era por la obligación que tenía el poseedor de un repartimiento de indios de velar por la evangelización de estos, al parecer el testador se había retrasado en el pago al encargado de la labor espiritual. Con la iglesia de la villa de San Pedro, Francisco Mejía, reconocía una deuda de 300 pesos de oro y estipulaba que se pagasen y se quitasen los censos[15], estos censos podría ser una deuda que el testador había incurrido con esa parroquia, no era una cantidad poca, para una fecha temprana la iglesia ya daba muestras de lo que sería, una gran terrateniente y una institución de mucha riqueza.
Desde la conquista y repartimiento de Pedro de Alvarado apenas habían pasado cuatro décadas, pero se nota ya una sociedad establecida, donde interactuaban los antiguos conquistadores con los vencidos indígenas, convivencia que imaginamos tendrían sus puntos de encuentro y profundas contradicciones. En el testamento de Mejía podemos entrever algunas relaciones entre este y los indígenas que tenía a cargo, en una cláusula del documento, Mejía reconocía que:
Por quanto yo soy a cargo a los yndios gañanes y porqueros y baqueros e yndias e yndios De mi cassa mando que se averigue quenta con todos ellos y se le pague si alguna cosa les debo[16]
Estos indígenas ya realizaban trabajos con algún grado de especialización, como el vaquero, que debía atender su cabalgadura, su alimentación, herraje, monturas, y demás arreos, al mismo tiempo la conducción y cuido de ganado. El porquero al cuidado de los cerdos, aunque tal oficio era estimado en la España medieval, es dudoso que revistiera la misma importancia en la provincia de Honduras, el porquero en España cuidaba del cerdo, lo llevaba a pastar a las dehesas o pastizales, portaba una vara larga para sacudir los encinos y otros árboles para derribar las bellotas que los animales comían a placer, lo que le da a la carne del cerdo ibérico particular sabor según los entendidos en asuntos gastronómicos. Sobre la ganadería no sabemos cómo habrá sido por esas primeras décadas del dominio español, ignoramos que perduro, que cosas se adaptaron o que nuevas formas resultarían de acuerdo con la geografía y climas diferentes.
Según el inventario de bienes del difunto Francisco Mejía este poseyó: varias casas, solares y tiendas en la ciudad de Gracias, tres huertas junto a la ciudad una de ellas detrás de San Cristóbal[17]. También se declaró “que poseía” una negra llamada Catalina y una hija de esta de diez años llamada Lorenilla, dos negros llamado Lorenzo y el otro Antón[18].
Igualmente se enumeraron entre sus posesiones, 18 mulas que no era una cantidad poca, porque todo el transporte de carga se hacía en estos animales, se reconocieron nueve bueyes que también eran importantes para la agricultura los cuales estaban en Congolón[19], lugar del cual el difunto recibía algunos tributos de los indígenas, quienes seguramente usaban estos bueyes para sus siembras. Aparecieron entre los bienes, herramientas de trabajo, menaje de casa y una que otra de su ropa que apenas eran dos camisas raídas, unas calzas un par de terciopelo mediano, lujo que no podía faltar en el atavió de un español por esos días.
En 1576, el hijo homónimo de Francisco Mejía recibió un mandamiento del alguacil mayor de la ciudad de Gracias, urgiéndole se hiciera cargo de la deuda de los cien pesos de oro que se debían al convento de San Francisco en Sevilla, el heredero se quejaba de su pobreza y explicaba:
mi padre francisco mexia mando En su testamento se enviassen al monasterio del señor san francisco de la ciudad de sebilla para que se Dijiesen de missas los quales no se an Enbiado por no aber bienes del dicho mi padre para se poder enbiar porque quando el murio Dexo muchas deudas y yo de mi hazienda e pagado casi todas y al presente yo quede tan pobre que hasta agora no los e podido Enbiar[20]…
Francisco Mejía hijo, pedía a la autoridad encargada el plazo de dos años para poder pagar la deuda, la cual fue saldada hasta 1599, cuando los cien pesos de oro fueron enviados al mencionado convento sevillano, para que el alma de su difunto padre no vagase por los desconocidos caminos del purgatorio, unos siglos después el papa en Roma diría que tal lugar no existía más en las creencias del catolicismo…
De la villa de Hita a Comayagua, la última voluntad de un encomendero
En 1570, Diego García, vecino de la ciudad de Comayagua y originario de la Villa de Hita en Castilla, hizo redactar testamento dejando una no muy despreciable cantidad de bienes.
En su testamento, Diego García dejó todo muy detallado, dispuso que fuera sepultado en la iglesia mayor de Comayagua[21] y que fueren dichas una buena cantidad de misas para la salvación de su alma, igualmente mandó a realizar doce misas por las almas de los indios cristianos del pueblo de Teupasente[22] (Teupasenti) que le pertenecía en encomienda. ¿Piedad cristiana o remordimiento o un poco de ambas? También legó seis pesos de oro a la iglesia del mencionado pueblo para comprar ornamentos[23].
Mandó que a su servidumbre indígena se le proveyera de ropa y a una indígena llamada Madalenica le favoreció además de la ropa con diez pesos de oro; a Isabel, otra indígena, le dejó cinco pesos por el servicio que le había hecho, además añadía que lo hacía, por el amor que les tengo[24].
Dejó importantes cantidades a su esposa Ana de Villalobos y a un hermano de ésta, sobre su matrimonio expresó:
al tienpo y sazon que yo case segun orden de la Santa madre yglesia con ana de villalobos mi muger ella no traxo a my poder ni yo con ella rescibi dote ninguno e yo tenia al dicho tienpo mucha mas hazienda que agora porque tenia veynte e dos negros grandes y dos pequeños y dose caballos de harria y cien pesos de oro que me devia barrasa en gracias a dios y dos terceras partes de una negra que me dieron cien pesos[25].
Diego García, aseguró al momento de redactar su testamento que solo tenía trece esclavos grandes en una mina, un hato de cuarenta cabezas de ganado en Teupasenti, unas treinta yeguas, una recua de quince mulas y unos doce o quince potros[26]. Sus casas y alhajas debían subastarse y repartirse según estipulaba en su última voluntad.
Que poseyera veinte o trece esclavos negros, denota que este encomendero debió ostentar mucha riqueza, la mina que menciona podría haberle redituado importantes cantidades, como para adquirir esa cantidad de esclavos que no eran baratos y de difícil adquisición.
En dicho testamento se mencionan otras donaciones: a Lucrecia hija de Tome de Cerracin; le dejo cincuenta pesos de oro para ayuda de su casamiento[27]; si acaso la futura novia se moría antes de casarse, esa cantidad se traspasaría a la cofradía del Santo Sacramento de la ciudad de Comayagua.
No se olvidó Diego García de la iglesia de su lugar en Hita, pues mandó en su testamento que se enviaran veinte pesos de oro a la ermita de Nuestra Señora de Fuen Santa (o Fuente Santa) y al monasterio de Sopetrán[28] (en el documento se lee xopestan); a la larga esos veinte pesos de oro no fueron suficientes al paso de los siglos ya que el monasterio hoy está en estado ruinoso.
Catalina García, hermana del difunto, logró su parte de la herencia[29], la que le fue enviada en la nao Los Tres Reyes, dirigida a Casa de la Contratación de Sevilla; los funcionarios de aquella institución debían localizar a los herederos, como única dirección en el testamento se aseguraba que la heredera residía en el Colmenar de Arenas y que en un momento había vivido en Hita en frente de la carnicería[30], con tal dirección parecía suficiente para encontrar una persona al otro lado del Atlántico.
Treinta años pasaron desde la pacificación y conquista de Honduras, excepto por la zona insumisa de la Taguzgalpa, que comprendía parte del oriente de Olancho y la Mosquitia, pero el difunto Diego García tenía una encomienda indígena en el pueblo de Teupasenti y un hato de ganado en el mismo sitio. En el testamento se indica que este poblado ya tenía su iglesia, bastante modesta es seguro.
En el informe que sobre la provincia de Honduras realizó en 1582 el gobernador Alonso de Contreras Guevara, constata que Teupasenti estaba encomendado a Ana de Villalobos la viuda de Diego García que lo heredo de su esposo y sumaba solo 16 tributarios[31].
Cuando terminó la cruenta lucha por la conquista, los guerreros, algunos viejos achacosos, cansados y arrastrando heridas de combates, consiguieron una recompensa para ir pasando sus días poco rutilantes; otros, por su relativa juventud, alcanzaron buena posición económica y fueron dueños de tierras e indígenas de servicio, bien casados con alguna buena doncella española y ejerciendo algunos empleos en los cabildos de sus ciudades. Los puestos importantes de la burocracia se reservaban exclusivamente a personas de confianza de la Corona, en los testamentos y bienes de difuntos podría conocerse más sobre aquellos sujetos, las familias que dejaron o las posesiones que heredaron. Asimismo, estas personas que a finales del siglo XVI envían dinero para familiares o misas en España muestra que existía a nivel familiar un nexo entre la provincia y la metrópoli, en algún momento quizá los vínculos familiares se hicieron más difusos, pero serán futuras investigaciones las que nos den pista sobre esto, es por lo tanto una labor muy necesaria…
Omar Valladares
[1] AGI. CONTRATACION, 237,N.5, R.1. Bienes de difuntos: Diego Martínez de Aldana. Folio 1-1vo disponible en http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/show/71367?nm
[2] Ibid. folio 2vo
[3] AGI. CONTRATACION, 241,N.2. Bienes de Difuntos: Pedro de Zumaya fo 1-2vo disponible en http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/show/71461?nm
[4] AGI. PATRONATO,20,N.4,R.6. Testimonio de la fundación de la villa de San Pedro, en Honduras que hizo el adelantado y gobernador de Guatemala, don Pedro de Alvarado, posesión que tomo de ella y repartimiento de la villa de Gracias a Dios. Folio o imagen N°11. Disponible en http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/show/121671?nm
[5] Ibid.
[6] AGI. CONTRATACION, 241,N.2. Bienes de Difuntos: Pedro de Zumaya. Folios 3-6. Disponible en http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/show/71461?nm
[7] Ibid. folio 6vo-8vo
[8] AGI CONTRATACION, 928,N.29. Autos sobre los bienes de Francisco Mejia, vecino y natural de Gracias a Dios, en la provincia de Honduras, casado con Francisca de Monterroyo. Falleció en esa ciudad, con testamento. Albaceas: su mujer y Misio Mejia, su hermano. Herederos: Francisco y Juan Mejia, sus hijos con Mari Gutierrez, su primera mujer. Deja una manda para que se le digan misas en el convento de San Francisco de Sevilla. Folio 6vo. Disponible en: http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/show/96927?nm
[9] Ibid. Folio 7vo-8
[10] ibid.
[11] AGI. PATRONATO,20,N.4,R.6. Testimonio de la fundación de la villa de San Pedro, en Honduras que hizo el adelantado y gobernador de Guatemala, don Pedro de Alvarado, posesión que tomo de ella y repartimiento de la villa de Gracias a Dios. Folio o imagen N°23. Disponible en http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/show/121671?nm
[12] AGI CONTRATACION, 928,N.29. Autos sobre los bienes de Francisco Mejia, vecino y natural de Gracias a Dios, en la provincia de Honduras, casado con Francisca de Monterroyo. Falleció en esa ciudad, con testamento. Albaceas: su mujer y Misio Mejia, su hermano. Herederos: Francisco y Juan Mejia, sus hijos con Mari Gutierrez, su primera mujer. Deja una manda para que se le digan misas en el convento de San Francisco de Sevilla. Folio 8. Disponible en: http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/show/96927?nm
[13] Ibid. 8-8vo
[14] Ibid. Folios 8vo-9
[15] Ibid.
[16] Ibid. Folio 10
[17] Ibid. Folio13-13vo
[18] Ibid.
[19] ibid
[20] Ibid. Folio 21vo
[21] AGI CONTRATACION, 209, N,1,R.3 Bienes de difuntos: Diego García folio 9vo disponible en http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/show/70768?nm
[22] Ibid. folio 10
[23] Ibid.
[24] Ibid folio 10vo
[26] Ibid.
[27] Ibid. folio 11
[28] Ibid.
[29] Ibid. folio 11vo
[30] Ibid.
[31] Leyva Héctor M. Documentos Coloniales de Honduras. Centro de Publicaciones Obispado de Choluteca, 1991 p. 6
Excelentes publicaciones, gracias por compartir.
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