El 31 de mayo de 1701, Don Cristóbal de Sobrado Santelices, Teniente General de Alcalde Mayor en Tegucigalpa, a las nueve de la mañana, ordeno que un capitán, con una escuadra de soldados desfilara por las calles del real de minas, con toda la pompa marcial que se pudiera. La ocasión lo ameritaba, a su despacho llego la Cedula Real donde se le anunciaba que en la lejana España, un nuevo rey había ascendido al trono, se trataba nada más y nada menos que de Felipe V conocido por el sobrenombre del “animoso”. Tal apodo se debía a que sufría de continuas alteraciones del carácter, cayendo en profunda melancolía y depresión; un bipolar dirían actualmente. Así que el mote tenía un cierto aire de socarronería por parte de sus súbditos, este rey sería el primero de la dinastía de los Borbones, la que sustituía a la de los Habsburgos, cuyo último rey, Carlos II, tenía el alias del “hechizado” porque la superchería del siglo XVII, asumía que su incapacidad de tener hijos se debía a un hechizo o maleficio de alguna bruja de las muchas que se suponía abundaban en ese siglo, aunque la verdad monda y lironda era que su cretinismo se debía a la mezcla matrimonial entre consanguíneos.
A un tal Gaspar de los Reyes, indio ladino (que hablaba correctamente el español), quien ejercía el oficio de pregonero se le dio el encargo de leer la noticia, así que capitán, escuadra armada y pregonero se fueron por las calles de la ciudad, donde se acostumbraban leer los bandos; también la comitiva hizo paradas en la plaza central, cerca de la iglesia parroquial, luego en la de San Francisco; en la de la Merced y culmino en la ermita de San Sebastián; para mayor realce todas las campanas de la población tocaron solemnísimos dobles. Por la tarde el Teniente General de Alcalde Mayor acompañado de los ciudadanos más distinguidos, vestidos para la ocasión, con música de clarines, trompetas, añafiles (instrumento musical de metal de origen moro) y con el estandarte real en ristre; se dirigieron a la plaza pública donde se había fabricado ex profeso un tablado, aquí se volvió a leer el bando con la proclamación del nuevo monarca, además de los discurso de rigor se hicieron salvas con arcabuces y bombas, y se lanzaron monedas a la muchedumbre, según la crónica todo fue gozo y alegría, a la ceremonia se habían convocado los indios de las aldeas de los alrededores.
Las preguntas que nos vienen con la lectura de la crónica son: sabrían esos indígenas el significado de toda aquella parafernalia, que interpretación le podrían dar a una sucesión que en nada o poco les libraría de su condición de súbditos de segunda categoría. Los mestizos del real de minas de Tegucigalpa que habrán pensado de ese nuevo rey, que los obligaba a trampear en el penúltimo rincón de la pirámide social, y decimos penúltimo por que más abajo estaban los negros esclavos, sin ningún derecho, o los criollos que vivían de las migajas que se caían del banquete real (metafóricamente hablando), que actitud tendrían en una ocasión como esa. Por consideración los historiadores debemos guardar distancia de los sentimientos ahora borrosos de una generación de hombres y mujeres, que vivieron o malvivieron en uno de los imperios más grandes que han existido en la historia de la humanidad, y que hace un par de semanas en esa España, acaba de ascender al trono el nuevo rey Felipe VI, en una monarquía desprestigiada viviendo en el lujo y boato mientras un país en crisis observa en calma aparente. El rey de Jordania Hussein I dijo en una ocasión, que al final de los tiempos solo quedarían los cuatro reyes de la baraja y el rey de Inglaterra, espero que solo los cuatro de la baraja por ser totalmente inocuos.
Omar Aquiles Valladares, Historiador
